miércoles, 27 de julio de 2011

Agotado, muy agotado. La soledad de la ciudad de noche, agravada por ese horrible frío, que congelaba hasta los pensamientos más cálidos.
Aún así, todo daba lo mismo ya. Nadie se preocuparía si yo me ausentara, por cuánto, un día o dos, o quizá la vida entera. Me decidí a caminar. Recorrí la calle principal obserbando la solitaria oscuridad. Gatos que se detenían a mirar con esos ojos, enormes ojos. Ruidos de quién vaya a saber qué cosas había allí.
Me topé con la plaza República, el final de la avenida y de la cuidad. Pero de ningún modo volvería.
Me senté, por unos instantes, en uno de los bancos de la plaza. Pero luego de darme cuenta de que no podía prácticamente ver nada alrededor mío debido al vapor que salía de mi boca, me levanté y seguí.
Mientras caminaba, pensaba en qué sería de mí en el futuro. Qué me depararía. Qué pasaría conmigo después de todo lo sucedido. Quizá esté solo para siempre.
Escuché un susurro. Miré exaltado. Lo único que vi fue un gran cielo negro lleno de estrellas brillantes separadas por kilómetros de distancia, un descampado, una calle de tierra y a unos docientos metros un farol que iluminaba la entrada de una extraña y temible mansión. Me acerque unos pasos más y noté que había una muy hermosa muchacha en los escalones anteriores a la puerta. Pensé que talvez estaba medio perdida como yo y que juntos podríamos buscar el camino de regreso. Dudé, pero finalmente me acerqué a hablarle.
Era mucho más bella de cerca. Tenía unos preciosos ojos verdes. Una boca chica y seca por el frío. Pelo brillante, corto y muy oscuro. Además era muy amable y simpática al parecer.
Luego de un rato, me propuso conocer la casa. Insistió en entrar. Yo me resistí,pero terminé siguiéndola.
Al entrar, era la casa más espantosa a la que jamás había entrado en mi vida. Me bastó solo un istante para retractarme de mi decisión anterior y le rogué salir. Me miró fijo. Junto a su sonrisa blanca, salió una risa medio burlesca. Asintió con la cabeza y se decidió a abrir la puerta.
-Disculpa- dije asustado- es que ...
-¡Qué extraño!- dijo ella, avanzando cautelosamente - ¡Qué puerta más pesada! - La tocó, al hablar, y se cerro de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!- Dije ya medio aterrado.
-A los dos no. A uno solo- dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.

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